domingo, 1 de junio de 2008

¿Quién es la tal Fátima?

(1) Para saber

Al empezar mayo, el Santo Padre fue invitado a la Basílica de Santa María la Mayor para dirigir el rezo del Santo Rosario. El Papa aceptó con gusto, diciéndoles que desde su infancia ha vivido esa costumbre: “En efecto, en la experiencia de mi generación, las tardes de mayo evocan dulces recuerdos relacionados con las citas vespertinas para rendir homenaje a la Virgen. ¿Cómo olvidar la oración del Rosario en la parroquia, en los patios de las casas o en las calles de las aldeas?”

Afirmó el Papa que el rezo del Rosario no se puede considerar una práctica del pasado, al contrario, “el rosario está experimentando una nueva primavera”.



(2) Para pensar

El Papa invitó a acudir a María para que nos ayude a acoger en nosotros la gracia de Dios y que, a través de nosotros, pueda difundirse en la sociedad a fin de purificarla de las numerosas fuerzas negativas.

Podemos recordar cómo esa protección de la Santísima Virgen María se manifestó de modo notable la tarde del día 13 de mayo de 1981 cuando el Papa Juan Pablo II sufrió un atentado a manos de un asesino profesional. Su nombre es Ali Agca y es turco. Poco antes había escapado de una cárcel de seguridad en la que estaba porque había matado a un famoso periodista.

Poco después del atentado, lo visitó el Cardenal Vicario de Roma, Ugo Poletti. Ali Agca le preguntó: “¿Quién es esa Fátima que dicen que ha salvado el Papa?, porque yo sé disparar y tiré a matar”.

Y es que el día del atentado era aniversario del 13 de mayo de 1917 cuando la Virgen María se apareció en Fátima a tres pastorcillos. La Iglesia recuerda cada año su mensaje en que nos propone rezar el Santo Rosario y ofrecer sacrificios por la conversión de los pecadores.

Juan Pablo II mencionó poco después: “Una mano disparó y otra desvió la bala”. Se refería a la protección de la Virgen María. Y como agradecimiento, cuando se cumplió un año del atentado, el Papa Juan Pablo II puso la misma bala en la Corona de la Virgen en la misma ciudad de Fátima.

Nos dice el papa Benedicto XVI que cuando se reza el Santo Rosario de modo auténtico, no mecánico y superficial sino profundo, trae paz y reconciliación. Encierra en sí la fuerza sanadora del Nombre Santísimo de Jesús, invocado con fe y con amor en el centro de cada avemaría.



(3) Para vivir

En una ocasión, un Papa anterior, el beato Juan XXIII, hablando con unas personas, éstas se excusaban de no rezar el Santo Rosario porque se les hacía monótono. Entonces les dijo: “Pues el peor Rosario es el que no se reza”.

Algo semejante escribió San Josemaría en su libro Santo Rosario ante quienes se excusaban de no rezarlo porque era decir siempre lo mismo: “¿Siempre lo mismo? ¿Y no se dicen siempre lo mismo los que se aman?... ¿Acaso no habrá monotonía en tu Rosario, porque en lugar de pronunciar palabras como hombre, emites sonidos como animal, estando tu pensamiento muy lejos de Dios?”

Por último, el Papa nos pide que cuando recemos el Santo Rosario lo tengamos presente, así como la paz en el mundo y la unidad de los cristianos.
Padre José Martínez Colín (España)
Publicado en versión 1.0 en junio de 2008

Un Dinosaurio Momificado


De acuerdo con la noticia publicada por la agencia Associated Press en marzo de 2008, el cuerpo completado y momificado de un dinosaurio está siendo desenterrado con extrema precisión desde 2004 en los Estados Unidos.

Se trata probablemente de los restos de un edmontosaurio, en realidad identificado ya en 1999, según lo que describe uno de los paleontólogos a cargo, Phillip Manning.

En función del relato de los investigadores, no se trataría del primer caso de estas características. No obstante, no dejan de sorprenderse debido al notable estado de conservación de la pieza, aún semienterrada en la antigua roca de una región desértica de Dakota del Norte. En función del uso de tecnología portátil con rayos X, se estima que la longitud del ejemplar completo es de alrededor de nueve metros.

«Puede tratarse quizás de la mejor de las momias, ya que la calidad y la extensión de la piel que encontramos supera a la de otros casos», acotó Stephen Begin, otro miembro del proyecto.

Como hemos mencionado en otros ensayos, el proceso de momificación implica la preservación natural de los tejidos, por acción de un medio ambiente que le permite a un mismo tiempo perder humedad, siempre y cuando los organismos carroñeros no lo consuman antes. Según los científicos a cargo de este fascinante proyecto, el dinosaurio (al que llamaron Dakota), debió haber muerto en forma abrupta y, simultáneamente, ser sepultado por la roca; de esta manera, «el proceso de putrefacción fue evitado por la fosilización, preservándose la mayor parte de los tejidos blandos», en palabras de Manning. «No se trata de la frase interrumpida o de los fragmentos de una palabra que el registro fósil nos brinda en general de las formas de vida antigua. Esto es un capítulo completo.»


La roca que atrapó a Dakota al momento de su muerte, según los métodos de datación radiométrica, tendría unos 65 millones de años de edad. Además de la imposibilidad de ser objetivos con este método, nos topamos con la consistente realidad del hallazgo de una momia con conservación de tejidos blandos, al igual que ha ocurrido con un T.rex con anterioridad.
¿Cabe acaso plantearse que nuestros conceptos sobre el proceso de momificación son erróneos? O, por el contrario, ¿estamos en un error al considerar la antigüedad de seres que, llamativamente, se encuentran tan bien preservados como nuestras recientes y milenarias momias incaicas?
Publicado en formato 1.0 en junio de 2008

La Realidad del Infierno (tercero de 3 artículos)



Continuando con este tema tan olvidado como candente, reproducimos en esta edición algunos fragmentos de la biografía de Santa Faustina realizada por la religiosa Sophia Michalenko. Entre otras visiones que la Santa recibió por permisión divina, nos describió estos párrafos acerca del infierno como realidad indudable y contundente.

«Durante un retiro de ocho días en octubre de 1936, se le mostró a Sor Faustina el abismo del infierno con sus varios tormentos, y por pedido de Jesús ella dejó una descripción de lo que se le permitió ver: "Hoy día fui llevada por un Ángel al abismo del infierno. Es un sitio de gran tormento. ¡Cuán terriblemente grande y, extenso es! Las clases de torturas que vi:

La primera es la privación de Dios;

la segunda es el perpetuo remordimiento de conciencia;

la tercera es que la condición de uno nunca cambiará;

la cuarta es el fuego que penetra en el alma sin destruirla -un sufrimiento terrible, ya que es puramente fuego espiritual-, prendido por la ira de Dios.

La quinta es una oscuridad continua y un olor sofocante terrible. A pesar de la oscuridad, las almas de los condenados se ven entre ellos;

la sexta es la compañía constante de Satanás;

la séptima es una angustia horrible, odio a Dios, palabras indecentes y blasfemia.

Estos son los tormentos que sufren los condenados, pero no es el fin de los sufrimientos. Existen tormentos especiales destinados para almas en particular. Estos son los tormentos de los sentidos. Cada alma pasa por sufrimientos terribles e indescriptibles, relacionado con el tipo de pecado que ha cometido.

Existen cavernas y fosas de tortura donde cada forma de agonía difiere de la otra. Yo hubiera fallecido a cada vista de las torturas si la Omnipotencia de Dios no me hubiera sostenido. Estoy escribiendo esto por orden de Dios, para que ninguna alma encuentre una excusa diciendo que no existe el infierno, o que nadie a estado ahí y por lo tanto, nadie puede describirlo."El Señor fue preparando de esta forma el corazón de Santa Faustina para que por medio de su intercesión se salvaran muchas almas.»

Cuadragésimo Aniversario de la Encíclica Humanae Vitae

El diez de mayo de 2008, el papa Benedicto XVI recordó la notable actualidad de la encíclica Humanae vitae de Pablo VI al cumplirse su cuadragésimo aniversario. Ofrecemos para ustedes el texto oficial traducido del original italiano por la Librería Editrice Vaticana:

Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio; queridos hermanos y hermanas:

Con gran placer os acojo al final de los trabajos, en los que habéis reflexionado sobre un problema antiguo y siempre nuevo como es el de la responsabilidad y el respeto al surgir de la vida humana. Saludo en particular a Monseñor Rino Fisichella, rector magnífico de la Pontificia Universidad Lateranense, que ha organizado este Congreso internacional, y le agradezco las palabras de saludo que me ha dirigido.
Mi saludo se extiende a todos los ilustres relatores, profesores y participantes, que con su contribución han enriquecido estas jornadas de intenso trabajo. Vuestra aportación se inserta eficazmente en la producción más amplia que, a lo largo de los decenios, ha ido aumentando sobre este tema controvertido y, a pesar de ello, tan decisivo para el futuro de la humanidad.

El Concilio Vaticano II, en la constitución Gaudium et spes, ya se dirigía a los hombres de ciencia invitándolos a aunar sus esfuerzos para alcanzar la unidad del saber y una certeza consolidada acerca de las condiciones que pueden favorecer «una honesta ordenación de la procreación humana» (n. 52). Mi predecesor, de venerada memoria, el siervo de Dios Pablo VI, el 25 de julio de 1968, publicó la carta encíclica Humanae vitae. Ese documento se convirtió muy pronto en signo de contradicción.

Elaborado a la luz de una decisión sufrida, constituye un significativo gesto de valentía al reafirmar la continuidad de la doctrina y de la tradición de la Iglesia. Ese texto, a menudo mal entendido y tergiversado, suscitó un gran debate, entre otras razones, porque se situó en los inicios de una profunda contestación que marcó la vida de generaciones enteras. Cuarenta años después de su publicación, esa doctrina no sólo sigue manifestando su verdad; también revela la clarividencia con la que se afrontó el problema.

De hecho, el amor conyugal se describe dentro de un proceso global que no se detiene en la división entre alma y cuerpo ni depende sólo del sentimiento, a menudo fugaz y precario, sino que implica la unidad de la persona y la total participación de los esposos que, en la acogida recíproca, se entregan a sí mismos en una promesa de amor fiel y exclusivo que brota de una genuina opción de libertad. ¿Cómo podría ese amor permanecer cerrado al don de la vida? La vida es siempre un don inestimable; cada vez que surge, percibimos la potencia de la acción creadora de Dios, que se fía del hombre y, de este modo, lo llama a construir el futuro con la fuerza de la esperanza.

El Magisterio de la Iglesia no puede menos de reflexionar siempre profundamente sobre los principios fundamentales que conciernen al matrimonio y a la procreación. Lo que era verdad ayer, sigue siéndolo también hoy. La verdad expresada en la Humanae vitae no cambia; más aún, precisamente a la luz de los nuevos descubrimientos científicos, su doctrina se hace más actual e impulsa a reflexionar sobre el valor intrínseco que posee.

La palabra clave para entrar con coherencia en sus contenidos sigue siendo el amor. Como escribí en mi primera encíclica, Deus caritas est: “El hombre es realmente él mismo cuando cuerpo y alma forman una unidad íntima; (...) ni el cuerpo ni el espíritu aman por sí solos: es el hombre, la persona, la que ama como criatura unitaria, de la cual forman parte el cuerpo y el alma" (n. 5). Si se elimina esta unidad, se pierde el valor de la persona y se cae en el grave peligro de considerar el cuerpo como un objeto que se puede comprar o vender (cf. ib.).

En una cultura marcada por el predominio del tener sobre el ser, la vida humana corre el peligro de perder su valor. Si el ejercicio de la sexualidad se transforma en una droga que quiere someter al otro a los propios deseos e intereses, sin respetar los tiempos de la persona amada, entonces lo que se debe defender ya no es sólo el verdadero concepto del amor, sino en primer lugar la dignidad de la persona misma. Como creyentes, no podríamos permitir nunca que el dominio de la técnica infecte la calidad del amor y el carácter sagrado de la vida.

No por casualidad Jesús, hablando del amor humano, se remite a lo que realizó Dios al inicio de la creación (cf. Mt 19, 4-6). Su enseñanza se refiere a un acto gratuito con el cual el Creador no sólo quiso expresar la riqueza de su amor, que se abre entregándose a todos, sino también presentar un modelo según el cual debe actuar la humanidad. Con la fecundidad del amor conyugal el hombre y la mujer participan en el acto creador del Padre y ponen de manifiesto que en el origen de su vida matrimonial hay un "sí" genuino que se pronuncia y se vive realmente en la reciprocidad, permaneciendo siempre abierto a la vida.

Esta palabra del Señor sigue conservando siempre su profunda verdad y no puede ser eliminada por las diversas teorías que a lo largo de los años se han sucedido, a veces incluso contradiciéndose entre sí. La ley natural, que está en la base del reconocimiento de la verdadera igualdad entre personas y pueblos, debe reconocerse como la fuente en la que se ha de inspirar también la relación entre los esposos en su responsabilidad al engendrar nuevos hijos. La transmisión de la vida está inscrita en la naturaleza, y sus leyes siguen siendo norma no escrita a la que todos deben remitirse. Cualquier intento de apartar la mirada de este principio queda estéril y no produce fruto.

Es urgente redescubrir una alianza que siempre ha sido fecunda, cuando se la ha respetado. En esa alianza ocupan el primer plano la razón y el amor. Un maestro tan agudo como Guillermo de Saint Thierry escribió palabras que siguen siendo profundamente válidas también para nuestro tiempo: «Si la razón instruye al amor, y el amor ilumina la razón; si la razón se convierte en amor y el amor se mantiene dentro de los confines de la razón, entonces ambos pueden hacer algo grande» (Naturaleza y grandeza del amor, 21, 8).

¿Qué significa ese «algo grande» que se puede conseguir? Es el surgir de la responsabilidad ante la vida, que hace fecundo el don que cada uno hace de sí al otro. Es fruto de un amor que sabe pensar y escoger con plena libertad, sin dejarse condicionar excesivamente por el posible sacrificio que requiere. De aquí brota el milagro de la vida que los padres experimentan en sí mismos, verificando que lo que se realiza en ellos y a través de ellos es algo extraordinario. Ninguna técnica mecánica puede sustituir el acto de amor que dos esposos se intercambian como signo de un misterio más grande, en el que son protagonistas y partícipes de la creación.

Por desgracia, se asiste cada vez con mayor frecuencia a sucesos tristes que implican a los adolescentes, cuyas reacciones manifiestan un conocimiento incorrecto del misterio de la vida y de las peligrosas implicaciones de sus actos. La urgencia formativa, a la que a menudo me refiero, concierne de manera muy especial al tema de la vida. Deseo verdaderamente que se preste una atención muy particular sobre todo a los jóvenes, para que aprendan el auténtico sentido del amor y se preparen para él con una adecuada educación en lo que atañe a la sexualidad, sin dejarse engañar por mensajes efímeros que impiden llegar a la esencia de la verdad que está en juego.

Proporcionar ilusiones falsas en el ámbito del amor o engañar sobre las genuinas responsabilidades que se deben asumir con el ejercicio de la propia sexualidad no hace honor a una sociedad que declara atenerse a los principios de libertad y democracia. La libertad debe conjugarse con la verdad, y la responsabilidad con la fuerza de la entrega al otro, incluso cuando implica sacrificio; sin estos componentes no crece la comunidad de los hombres y siempre está al acecho el peligro de encerrarse en un círculo de egoísmo asfixiante.

La doctrina contenida en la encíclica Humanae vitae no es fácil. Sin embargo, es conforme a la estructura fundamental mediante la cual la vida siempre ha sido transmitida desde la creación del mundo, respetando la naturaleza y de acuerdo con sus exigencias. El respeto por la vida humana y la salvaguarda de la dignidad de la persona nos exigen hacer lo posible para que llegue a todos la verdad genuina del amor conyugal responsable en la plena adhesión a la ley inscrita en el corazón de cada persona.

Con estos sentimientos, os imparto a todos la bendición apostólica.